lunes, febrero 08, 2010

Echar una mano…

Salía tarde de casa para el trabajo, con prisas, casi sin prepararme la cartera. Como siempre, cuando vas con retraso el ascensor tarda más en llegar. Al fin lo oí acercarse, pero su ruido mecánico característico venía acompañado de un fuerte llanto, desconsolado, asustado. Se abrieron las puertas, y allí estaba, sola, una pequeña niña de origen africano de unos 4 ó 5 años aterrorizada, llorando a gritos. Entré en el ascensor y le pregunté donde estaba su mamá, y si sabía en qué piso vivía. Sólo obtuve de su boca una respuesta: “Mama, mama…” entrecortado por sus sollozos. No hacía falta intentarlo más, no era por mi pobre francés, era porque sólo era capaz de articular ésta palabra.
La intenté tranquilizar con palabras sensibles, y le ofrecí mi enorme mano para calmarla. A pesar de su cara horrorizada, ella me la cogió y se calmó. Confío en mí, un auténtico desconocido para ella, blanco, de 1,90 metros y abrigado hasta las cejas. Me llenó. Una vez abajo, aún cogidos de la mano, se reencontró con su familia, que en un momento de descuido, se les había escapado la niña al ascensor. Llegué tarde.

Salía sin prisa de mi bus, el 96, después de haber visitado de manera gratuita el Musée Pompidou (nunca entenderé el arte moderno) por ser primero domingo de mes. Estaba pensando en mi cena, un bocata de chorizo, y en si debía tomarme una coca-cola o no. Claro que sí. A mi derecha, el colmado regentado por un hombre, probablemente de origen afgano, que como muchos de los que hay en Barcelona, no entiende de horarios ni de festivos. Ví salir de su tienda a un hombretón grande, africano y rondando los 55, que tropezó con el mini escalón que da acceso al establecimiento. Cayó a peso justo delante mío, plano, como un saco de patatas, esparciendo por la acera la mini-compra que acababa de realizar. Aún en el suelo, intenté preguntarle como estaba, y volví, como días atrás, a ofrecer mi mano, que ahora ya no era grande, sino pequeña, para ayudarlo a levantar. Tardó mucho, muchísimo. Al principio no sabía si se había roto algo, luego me percaté que la pista no era el dolor, sino el olor, la embriaguez. Finalmente me cogió la mano, con fuerza y no me la soltó, mientras yo seguí insistiendo en si se encontraba bien. Él, de rodillas en el suelo, empezó a musitar unas palabras. Pero como días atrás, encontré una respuesta que no contestaba a mi pregunta: “¿Tienes una moneda?”, “¿Tienes una moneda?”. No era por mi pobre francés, era porque él sólo era capaz de articular ésta frase. Lo levanté, le recogí la bolsa de plástico y el gorro y me fui. Cené un bocata de chorizo con una coca-cola.

5 comentarios:

Àlex Cubero dijo...

Tío, París te ha cambiado... ya no eres Víctor Mur!! Eres el jodido Jesucristo!!! Yo de ti me pondría una toga e iría por la calle dando la mano a los desamparados...!
Fuera bromas, Mur. Para mi tiene más mérito que ayudaras al segundo. Porque por la niña cualquiera se hubiera parado. Pero por ese hombre de una sola frase, pero ninguna vida, pocos se hubieran detenido.

Nina Tramullas dijo...

O en versión india, la madre Teresa de Calcuta! jiji

M'agrada com està escrit el text!

Mmmmm dijo...

Plas, plas, plas! Definitivo, me gusta mucho lo que escribes y cómo escribes! :)

Ferran Martínez dijo...

Em venen al cap molts comentaris poc políticament correctes. En fi, em quedaré amb això que diu l'Àlex. París et deu haver canviat. Jajaja!

Deixant les històries a banda. Collons, Mur, m'encanta com escrius tio. No és una declaració d'amor ni res d'això, però tio, m'estàs deixant esmaperdut! Quina classe, quina finura. A veure si ens escrius més sovint. És que llegint-te venen ganes d'escriure, de debò.

Em fas enveja, molt sana eh, però enveja. Espero que gaudeixis molt de l'experiència, Víctor! Segueix així! On fire!

Tabatha Valls dijo...

Genial, Victor! Cada vegada que passo per aquí em voldria quedar més i llegir encara més escrits teus! Espectaculars! I per cert, com diu l'Alex, té molt de mèrit el que vas fer! Un petó!